Una segunda oportunidad

Teruel Inmigración
E

n estos tiempos controvertidos y fluctuantes que nos han tocado vivir, encontrar la amabilidad hecha voz, reflejada en una mirada comprensiva, es casi un milagro. Pero existe y se llama Amparo Ripoll. Es más complicado entender cómo puede seguir teniendo esa mirada después de saber que cada día escucha la historia personal de quienes han estado a punto de cruzar la línea que separa la vida de la muerte.

Sor Amparo es la enfermera del programa ‘Chatillón’ de Teruel que presta atención humanitaria a mujeres inmigrantes en situación de vulnerabilidad. La Casa Vida Nueva -nombre figurado, por razones de seguridad- era una casa para jóvenes que llegaban a la ciudad desde diferentes pueblos de la geografía aragonesa, gestionada por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Hace años que estaba vacía, pero, desde agosto, ha tenido que volver a abrir sus puertas para dar cobijo a quien más lo necesita.

Mujer inmigrante de espaldas con pañuelo en la cabeza

“Es uno de los casos de pobreza más importantes actualmente y no pudimos dejarlo pasar”

Mujer inmigrante con las manos cruzadas

El miedo tarda días en marcharse. “Han pasado 12 horas sacando agua de un hinchable porque se hundían”

El Ministerio pidió a esta congregación que atendieran a mujeres inmigrantes que llegaban a España en patera. Y no lo dudaron. “Es uno de los casos de pobreza más importantes actualmente y no pudimos dejarlo pasar”, explica Sor Amparo. Así que, cada cierto tiempo, cuando la policía les llama, dos mujeres del proyecto se suben a un autobús en Teruel y recorren los kilómetros que las separan de las costas andaluzas -Motril, Chiclana, Almería, Málaga…- para recoger a las mujeres que han llegado en patera y acompañarlas, de vuelta, a la residencia de Teruel. “Es duro cuando las ves entrar por primera vez. Normalmente vienen de madrugada y en su mirada puedes ver esa sensación de desconocimiento, no saben dónde van, pero confían en ti”, explica esta enfermera.

La Casa Vida Nueva -nombre figurado, por seguridad- era una casa para jóvenes que llegaban a la ciudad desde diferentes pueblos de la geografía aragonesa

Mujer inmigrante mostrando su rostro

El miedo tarda días en marcharse. “Han pasado 12 horas sacando agua de un hinchable porque se hundían. Vienen quemadas por la gasolina, agotadas, deshidratadas, heridas, con fracturas o embarazadas sin control médico”. De hecho, en la residencia ya han nacido dos bebés desde que cambiara su cometido el 20 de agosto de 2018.

Llegan muy jóvenes, con 18 años, o con hasta 40. Son atendidas por las Hijas de la Caridad y las otras 20 personas que han tenido que contratar para poder atender a un máximo de 60 personas que puede acoger esta casa. Trabajadoras sociales, psicólogas, educadoras sociales, integradoras sociales, personal de cocina, limpieza y traductoras. Tienen clases de español y les enseñan la cultura española, talleres de primeros auxilios o habilidades sociales. Dentro y fuera del centro, gracias a la colaboración con otras asociaciones.

“Esto es como un sitio de paso, muchas no tienen proyecto de quedarse en España y siguen su viaje a Francia o Alemania”

Mujer inmigrante de espaldas

Pueden quedarse un máximo de seis meses -si piden protección internacional- o irse al día siguiente. “Esto es como un sitio de paso, muchas no tienen proyecto de quedarse en España y siguen su viaje a Francia, Bélgica o Alemania. Aceptan libremente venir y renuncian libremente”.

Cuando se van, intentan mantener el contacto a través de los números de teléfono que las mujeres les facilitan en una primera entrevista. “Les preguntamos qué les ha llevado a venir hasta aquí o qué han vivido. Es importante conocerlo porque nos facilita la ayuda. Algunas dicen la verdad y otras se esconden más porque están perseguidas. Tardan días hasta que se sinceran”.

Como Hija de la Caridad está siendo “una riqueza a nivel personal, de crecimiento, de superación, renuncias"

Las que llegan encuentran la protección que perdieron el día que salieron de casa, mientras Sor Amparo da un sentido más a su vocación. Esta enfermera trabajaba en Zaragoza pero le pidieron que se trasladara a Teruel para ayudar a poner en marcha el proyecto. Ella hizo el primer viaje en autobús y de aquí ya no se mueve.

Cada día necesita su tiempo de oración para encontrarse “con estas chicas que traen en su equipaje cosas muy difíciles”. Como Hija de la Caridad está siendo, dice, “una riqueza a nivel personal, de crecimiento, de superación, renuncias. Conocer que con lo mínimo puedes viajar y sobrevivir”. Reconoce que, pese a tocar la “pobreza más dura”, este trabajo le llena. Aprende cada jornada que siempre se puede tener una sonrisa en la boca a pesar de las dificultades o que “con un baile todo se arregla”, pero también que siempre “es posible luchar por algo mejor”.