El calor de un hogar

Huesca Exclusión social
U

n hogar es lo más parecido a un refugio que siempre está ahí para alejarte del mundo cuando este se empeña en ir en tu contra. Pero algo tan básico puede convertirse en un agujero negro si llega la soledad o algún tipo de discapacidad te impide dejar ese refugio siempre que quieras. Por eso la Casa Familiar de la Fundación Blanca de Huesca es tan importante. Es una residencia destinada a esas personas que tienen un alto grado de dependencia o que, por su situación de vulnerabilidad, no tienen domicilio. Esta casa se convierte en su casa y las personas que están dentro, en una familia capitaneada por Ana Gota, la directora.

Ana habla con pasión del proyecto porque cree en él y ambos han crecido juntos. Llegó aquí como voluntaria después de terminar psicología, con toda la teoría bajo el brazo pero sin experiencia. “Quería tocar la realidad”, dice. Así, empezó en terapias individuales y de grupo y se acabó ‘enganchando’. “Mi voluntariado fue evolucionando. Participé en el programa de atención a la mujer que ejerce la prostitución y luego me ofrecieron trabajar de media jornada”. De ahí a jornada completa, la gestión de recursos humanos y, desde 2014, directora de la casa.

“Muchos de los que están no tienen apoyo y aquí actuamos como una familia”

Una de las personas que vive en la Casa Familiar de la Fundación Blanca de Huesca

“No vamos a su diagnóstico, sino a las necesidades individuales de cada uno”

Entre reuniones y gestiones nos cuenta que aquí viven personas con algún tipo de dependencia, discapacidad intelectual, trastornos de conducta, personas con enfermedad mental -que no tengan una patología psiquiátrica activa- y personas con VIH que, además, han vivido en la calle o consumen tóxicos. Pero también personas mayores sin recursos. Un ‘popurri’ de 82 personas que, sin embargo, se mantiene en equilibrio. “Muchos de ellos no tienen apoyo y aquí actuamos como una familia”, apunta con satisfacción.

La convivencia es total. Las plantas de las habitaciones están distribuidas por nivel de dependencia y, gracias a eso, se crean vínculos afectivos. “Todos comparten trayectorias difíciles y nosotros trabajamos cada día la empatía. Nuestras metodologías están centradas en la persona. No vamos a su diagnóstico, sino a las necesidades individuales de cada uno”. Aquí tienen acceso a actividades pero también a servicios gestionados por 40 personas, entre monitores, trabajadores sociales, una psicóloga, enfermeras...

Las cristaleras dejan pasar la luz. Dentro, el mundo siempre parece menos gris que fuera

La casa es un gran edificio de dos plantas con altos cristales desde el que se puede ver el jardín, al que acceden los habitantes cuando hace buen tiempo, o la calle. Estas cristaleras dejan pasar la luz a estancias comunes y pasillos incluso en días de lluvia. Así, dentro, el mundo siempre parece menos gris que fuera.

Hay residentes que llevan en este hogar más de 25 años y otros que tienen claro que no se van a marchar, “pero no queremos que sean un recurso finalista”. Cruz Blanca gestiona una red de viviendas a la que pueden acceder pacientes que no requieran tanta atención como en la residencia y puedan mejorar su autonomía. Además, pueden acceder al programa de cursos formativos y laborales para, posteriormente, pasar a la empresa de inserción 3,2,1. “Y puede darse el caso de que esa persona vuelva a la Casa Familiar pero ya como trabajador, ya que con esa empresa tenemos los servicios de lavandería y mantenimiento”.

“La sociedad cambia de posición respecto a la exclusión social dependiendo del momento en el que estemos viviendo”

Una de las personas que vive en la Casa Familiar de la Fundación Blanca de Huesca
Una de las personas que vive en la Casa Familiar de la Fundación Blanca de Huesca

Hace unos años faltaba formación y alimentos. Ahora las personas demandan ser escuchadas

Dice Ana que una de las cosas que le han impedido irse a trabajar a otro sitio es la variedad de personas a las que puede atender. Las tres primeras personas a las que prestó su servicio fue una con una enfermedad mental grave, otro con discapacidad intelectual y un tercero afectado por consumo de alcohol. “Cada uno era una forma de intervención diferente y eso me encantó”, recuerda.

Aquí saben muy bien que el término exclusión social es una línea muy fina. En palabras de Ana, “la sociedad cambia de posición respecto a la exclusión social dependiendo del momento en el que estemos viviendo. Hace unos años, en plena crisis, esa línea de exclusión social se movió mucho. Familias que eran de clase media empezaron a estar en riesgo de exclusión por pérdidas de trabajo, ayudas, vivienda… Es una línea que podemos cruzar en cualquier momento”.

Hace unos años faltaba formación para incorporarse al mundo laboral, la alimentación en momentos concretos… y ahora las personas demandan ser escuchadas. Por eso han abierto un centro independiente al que puede acudir cualquiera, aunque va especialmente dirigido a mayores que viven solos, a la prevención del suicidio y a quienes estén pasando por un duelo, no solo de pérdida de un familiar, sino incluso de estatus social o pérdida de trabajo. “A veces, si has perdido el trabajo, no te ves capaz de decírselo a tu familia y necesitas hablar con alguien más objetivo. Es como un teléfono de la esperanza pero de manera presencial”, concluye Ana.