Escuchar sin juzgar

Zaragoza Prostitución
C

uando vine a este centro no sabía lo que era la prostitución. Solo de lo que había visto en películas o leído en los libros. Pero llegas aquí y te das cuenta que Pretty Woman no existe”. Rosa María Jiménez era una ama de casa, casada con un militar con el que había cambiado de domicilio varias veces. Cuando se quedó viuda decidió hacer algo por los demás y Cáritas le ofreció formar parte de los voluntarios de un nuevo centro llamado Fogaral en Zaragoza. Era 1988.

Desde entonces, Rosa María ha atendido a muchas mujeres y a día de hoy es responsable de los voluntarios del centro. “Aquí el objetivo último no es que salgan de la prostitución, sino acompañarlas, orientarlas, informarlas de sus derechos, apoyarlas en su promoción personal, en la inserción social y laboral y escucharlas, sobre todo escucharlas”, afirma. Cuando Rosa María llegó, el trabajo empezaba en la calle. Hablaban con las prostitutas del barrio y entraban a los prostíbulos. Pero con el paso de los años aquello se acabó, los dueños cerraron las puertas y las dejaron sin acceso. Hoy las mujeres vienen por el boca a oreja, derivadas de otras ONG, hospitales, trabajadores sociales o parroquias.

Rosa María, responsable de los voluntarios del centro Fogaral en Zaragoza

“Aquí el objetivo no es que salgan de la prostitución, sino orientarlas, informarlas de sus derechos”

El perfil ha cambiado mucho. Cuando abrió Fogaral apenas había mujeres extranjeras y había muchos casos de drogadicción. “Hubo un año que tuvimos que sacar todas las fichas que teníamos porque nos parecía que había bajado el número y la realidad es que se habían muerto muchas de ellas. Mezclaron cocaína y heroína, y eso las destruyó”. Según iban pasando los años, la inmigración latinoamericana también se vio reflejada en las personas a las que atendían, después subsaharianas, marroquíes y ahora, nigerianas. Pero todas con el mismo problema, la pobreza y las cargas familiares: “Hay muchas personas que viven de ellas. Una nos dijo una vez que se sentía como una vaca, que todos la exprimían”. Y la soledad, precisa Rosa María: “Eso es lo que me ha marcado. Ver lo solas que están estas mujeres. He visto a una de ellas llorar de negro en la banqueta de un bar la muerte de una hija por sobredosis porque no tenía dónde ir”.

Cuando una persona llega a Fogaral, siempre la recibe la misma educadora para que coja confianza y, juntas, deciden cómo actuar. “No va a hacer lo que la educadora quiera, ella es dueña de su vida, la protagonista de su proceso. No es un proyecto para sacar a la mujer de la prostitución, una cosa que puede chocar”, apunta Rosa María, con argumentos: “Es un proyecto de la Iglesia para que las mujeres dignifiquen su vida, sean más autónomas, aprendan los derechos que tienen”. Si quieren salir del mundo de la prostitución, aquí el asesoramiento es total, pero no es fácil. “Este mundo te absorbe y no te deja moverte. Es como una tela de araña. No puedes hacer otra cosa”, admite.

Dice la responsable de los voluntarios que muchas quieren salir de la prostitución pero no pueden, no hay recursos: “Las que vienen están indocumentadas. Siempre han estado en un limbo pero el limbo ahora es más profundo. Antes podían hacer cursos de formación. Ahora, sin papeles, no pueden hacer nada”.

“Este mundo te absorbe y no te deja moverte. Es como una tela de araña”

En Fogaral trabajan en talleres de formación personal, de relajación o cocina, además de tener que estudiar español, primer paso para conseguir un trabajo. Este centro también es un punto de encuentro. Algunas han venido a celebrar su cumpleaños a falta de otro lugar. Porque en las clases que tienen en grupo, unas y otras se dan cuenta de que viven la misma realidad y eso es fundamental para su apoyo mutuo ante una sociedad que les da la espalda. Es curioso cómo lo primero que llama la atención de este centro es que en cada una de las salas hay disponible una caja de pañuelos desechables lista para ser usada.

“La gente no está por defender a la mujer de la prostitución porque la considera una persona sucia. Mientras la sociedad no cambie, la prostitución va a seguir, porque los hombres las pagan, pagan por tener el poder y a veces solo tienen ese poder encima de una mujer”, explica con dureza Rosa María. “No tienen recursos y, aún así, la gente no les paga, o les paga y las pega para quitarle el dinero. Hay mucha violencia de género”.

Rosa María seguirá en este centro en el que lleva 31 años mientras “sea útil”. Dejó el seguimiento de mujeres hace seis años y ahora coordina a los voluntarios “porque hay que saber hasta dónde puede llegar uno”. Y en esas contradicciones que tiene la vida, este proyecto, apunta, le ha aportado serenidad: “Te das cuenta de que hay personas realmente desgraciadas. Yo tengo mucha suerte, mis hijos están bien, tengo mucho apoyo del equipo”. Fogaral y Rosa María seguirán siendo un matrimonio bien avenido hasta que Dios quiera.

Perfil de mujeres que acuden a Fogaral

Inmigrantes jóvenes que contraen una gran deuda para llegar a España

Problemas con documentación y vivienda

Precaria situación económica

Con hijos aquí o en su país de origen

Sufren un gran deterioro personal

Relación con la drogodependencia

Optan por la prostitución como puerta de entrada al país o son traídas a España mediante redes de trata de personas

Prostitución como “destino” y no como “elección”

Ejercen la prostitución más marginal

Una vez en España tratan de dejar el mundo de la prostitución

Tienen posibilidad de incorporarse al mundo laboral a través de la formación